La Iglesia del Dios viviente n°8

Los dones y el ministerio

El apoyo material

¿Cómo deben suplirse las necesidades de un siervo del Señor en el servicio de su Maestro? Esta es una cuestión práctica que un día u otro se plantea ante cada verdadero siervo del Señor. Podemos estar seguros de que la Palabra de Dios también nos da principios y preceptos con relación a este aspecto de la obra del ministerio.

Ante todo, recordemos lo que hemos enfatizado repetidas veces en cuanto al ministerio en la Iglesia. Cristo es nuestra Cabeza viviente; el don para el ministerio proviene de Él. Él ha llamado al siervo para su servicio y solo Él es el Amo para quien el servicio ha de ejecutarse. El Señor mismo emplea a sus propios siervos y los manda a su viña. Ellos son “los siervos de Jesucristo”, como lo acabamos de ver en el apartado anterior.

Mirar al Maestro

Cuando haya captado plenamente estas cosas en el alma, el siervo será sostenido, en la dignidad de la fe, por el pensamiento fortalecedor y la conciencia de ser un siervo del Señor Jesucristo. De esta manera, el asunto del apoyo material que necesita en el servicio del Señor se hace sencillo y claro. Entonces hará como hacen todos los siervos: miran al maestro a quien sirven a fin de que él les provea su salario. El Maestro usará a quien le plazca para darle lo necesario. De manera que aquel que de veras es un siervo de Cristo dependerá de Él para todas sus necesidades. Lo que le incumbe al siervo es servir al Señor. Lo que le compete al Señor es cuidar de su siervo. Él ha prometido de una manera muy clara hacerlo así. Escogerá a sus pagadores para que provean a sus siervos y les premien por la labor que desarrollan en su viña.

Por lo tanto, la actitud del siervo es la de dependencia con respecto a su Señor y Maestro y de fe en Él para su apoyo material. No debe depender ni siquiera del pueblo del Señor, y mucho menos de los inconversos. Aunque el Señor desea usar a su pueblo como instrumento para proveer a las necesidades de sus siervos, estos deben mirar exclusivamente al Señor. “Alma mía, en Dios solamente reposa, porque de él es mi esperanza” (Salmo 62:5). Esta debe ser siempre la actitud de la fe verdadera. Él ha dicho: “Mía es la plata, y mío es el oro” (Hageo 2:8) y “Mía es toda bestia del bosque, y los millares de animales en los collados… porque mío es el mundo y su plenitud” (Salmo 50:10-12). Entonces, para Dios es cosa fácil suplir las necesidades de sus siervos. Muchos han experimentado a través de los años tan maravillosa realidad.

El Señor dijo a sus discípulos:

No os afanéis por vuestra vida, qué comeréis; ni por el cuerpo, qué vestiréis… ni estéis en ansiosa inquietud… vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de estas cosas. Mas buscad el reino de Dios, y todas estas cosas os serán añadidas
(Lucas 12:22-31).

Si uno invierta su tiempo y sus esfuerzos en el fiel servicio para el Señor, Él probará que toda promesa de su boca es verdadera y digna de confianza. Esta ha sido la bendita experiencia de todo siervo que ha salido a la obra con sencilla fe en el Señor para todas sus necesidades.

Cuando Pedro dijo: “He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos?” Jesús contestó: “Cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna” (Mateo 19:27-29). El Señor no será deudor de ningún hombre; es fiel y está lleno de gracia, por lo cual premiará aun por el hecho de haber dado a alguien un vaso de agua fría en su nombre. Nadie jamás le sirvió sin recibir recompensa.

La labor de amor y fe

Pero el servicio hecho siempre tiene que ser un “trabajo de vuestro amor” (1 Tesalonicenses 1:3), “no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto” (1 Pedro 5:2). Pablo pudo decir:

Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado. Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido
(Hechos 20:33-34).

Dijo también: “No busco lo vuestro, sino a vosotros” y “Todo lo hacemos, amados míos, para vuestra edificación” (2 Corintios 12:14, 19, V. M.). El verdadero siervo de Cristo trabaja no por dinero ni para ganarse la vida; trabaja por amor al Señor y a las preciosas almas. Busca su bendición y no sus posesiones. Confía en el Señor para las necesidades de él mismo y de su familia, aceptando con acción de gracias lo que le dé el Señor a quien sirve. Aquel cuyo corazón está de esta manera lleno de amor y de fe no tendrá necesidad de firmar un contrato para prestar ciertos servicios por un salario estipulado. El amor de Cristo le constreñirá para que su ministerio abunde en la obra del Señor; tendrá los ojos puestos en Aquel que ha prometido suplir toda necesidad.

Es importante también notar lo que Pablo escribió a los corintios en cuanto a su servicio: “¡Ay de mí si no anunciare el evangelio! Por lo cual, si lo hago de buena voluntad, recompensa tendré… ¿Cuál, pues, es mi galardón? Que predicando el evangelio, presente gratuitamente el evangelio de Cristo” (1 Corintios 9:16-18). Este debe ser el propósito de todo predicador del Evangelio: presentar el don gratuito de Dios, la vida eterna en Cristo Jesús, sin cobrar. Si después del servicio se suplica, tanto a inconversos como a creyentes, para que den ofrenda, el Evangelio no es proclamado gratuitamente. En los tiempos del apóstol Juan, los hermanos salieron por amor al nombre de Cristo “sin aceptar nada de los gentiles” (3 Juan 7). No contemos con la ofrenda de los inconversos para la obra del Señor; es el servicio de los creyentes hacerlo de buena gana, alegre y voluntariamente.

La responsabilidad de los cristianos

Hasta ahora nos hemos referido a la senda de fe del siervo y a su confianza en el Señor en cuanto a su apoyo material. Sin embargo, hay otro aspecto del asunto, es decir, la responsabilidad y el privilegio del pueblo de Dios de dar de sus recursos para la obra del Señor, para cuidar de Sus siervos y ayudar a los que los sirven. El siervo mira al Señor para sus necesidades, y el Señor mira a su pueblo para que supla esas necesidades de un modo natural y práctico. Unas Escrituras nos expondrán este lado de responsabilidad.

Muchas veces en el Antiguo Testamento se le exhortó a Israel a que trajera sus diezmos y sus ofrendas voluntarias al Señor y que no olvidara a los levitas, quienes estaban consagrados al servicio del Señor (véase Deuteronomio 12). En 1 Corintios 9:7-14, Pablo habla del derecho del siervo del Señor a tener cosas materiales: “Si nosotros sembramos entre vosotros lo espiritual, ¿es gran cosa si segáremos de vosotros lo material?… ¿no sabéis que los que trabajan en las cosas sagradas, comen del templo, y que los que sirven al altar, del altar participan? Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio”. De igual modo exhorta Gálatas 6:6: “El que es enseñado en la palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye”. En Lucas 10:7 el Señor dijo a sus discípulos: “Y posad en aquella misma casa, comiendo y bebiendo lo que os den; porque el obrero es digno de su salario”. El mismo pensamiento se expresa en 1 Timoteo 5:18. Sus siervos tienen derecho a lo que se les da. En 1 Corintios 16:2 se nos dice: “Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado”. Así es exhortado todo el pueblo del Señor a que dé para Sus intereses de una manera regular, personal y proporcional a sus posibilidades.