Andar con Jesucristo

El camino más excelente

¿Están ustedes bautizados?

Queridos amigos:

Antes de hablarles de la Cena del Señor, tengo una pregunta muy importante: ¿Han sido bautizados? La Palabra de Dios dice: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo” (Marcos 16:16). En 1 Pedro 3:21 leemos, por ejemplo: “El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva”. En otros términos, en estos pasajes se habla de una salvación que está ligada al bautismo.

Este pensamiento seguramente les parece extraño y está en aparente contradicción con lo que escribí anteriormente acerca de la necesidad de arrepentirse ante Dios y de tener fe en el Señor Jesucristo para ser salvo. La dificultad proviene del hecho de que, a menudo, solo entendemos como salvación el «ir al cielo» o «ser convertido y tener el perdón de los pecados», pero las Santas Escrituras aún relacionan con ello otro pensamiento expresado muy claramente en Hechos 2:40: “Sed salvos de esta perversa generación”. En este pasaje es imposible que la palabra salvación o salvo pueda significar «ir al cielo» o «recibir el perdón de los pecados». Para eso también se puede consultar Romanos 10:9-10.

El bautismo no tiene nada que ver con el hecho de ir al cielo. Nuestra eterna relación con Dios, la posición que ocuparemos en la eternidad, depende de si creemos en el Señor Jesús y hemos confesado nuestros pecados a Dios (Romanos 10:9). El ladrón en la cruz nunca se bautizó, sin embargo, el Señor le dijo: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43). Después de él miles de personas se han convertido al Señor Jesús estando en su lecho de muerte; han ido a Cristo sin haber sido bautizadas jamás. Pero para nuestra posición en la tierra, el bautismo reviste una gran importancia.

¿Qué significa el bautismo?

El bautismo era generalmente conocido entre los judíos. Por el llamado bautismo de prosélito, el pagano se separaba de su propio pueblo y se agregaba a Israel. En el caso de Juan el Bautista también encontramos este pensamiento. Él predicaba que el juicio sobre los judíos estaba a la puerta (Lucas 3:7-9, 16-20). Los que aceptaban su palabra eran bautizados y así se separaban del pueblo incrédulo. El Señor Jesús se bautizó para hacerse uno con el residuo creyente. Entró por la puerta en el redil de las ovejas (Juan 10:1-3). Este mismo pensamiento también lo encontramos claramente expresado en el llamado bautismo cristiano.

En el evangelio según Mateo encontramos al Señor presentado como Rey de Israel. Cuando envió a sus discípulos para que predicasen el Evangelio (Mateo 10:5-6) les dijo: “Por camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no entréis, sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel”.

Pero Israel rechazó a su Rey. Entonces el Señor dijo que “el reino de los cielos” todavía no sería establecido en gloria sino solo de una forma provisional, en la que el rey estaría ausente y el enemigo aún tendría poder para actuar (Mateo 13). Al mismo tiempo el Señor muestra que el reino ya no debe limitarse solo a Israel: “El campo es el mundo”. “El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre” (v. 37-38). Cuando el Señor fue definitivamente rechazado y crucificado, convocó la reunión de sus discípulos en Galilea, lejos de Jerusalén. Allí les confió la misión de predicar a todas las naciones. Los que reciben este Evangelio ya no tienen que ser agregados a Israel, sino que han de ser bautizados en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Como ahora el reino ha venido en la persona del Rey, queda perfectamente manifestada la Trinidad. Así que el único camino es venir a Dios (la Trinidad). Pero en la tierra Dios solo puede ser conocido por medio del Señor Jesús; por eso vemos a menudo en las Escrituras que los creyentes se bautizaban en su Nombre (Hechos 2:38; 19:5).

Bautizados en el Señor Jesús crucificado

En 1 Corintios 10:2 se nos aclara el significado de «bautizar en», que quiere decir estar unido a alguien, ser puesto en la misma posición. Los israelitas fueron bautizados en la nube y en el mar en Moisés. Del mismo modo, nosotros somos bautizados en el Nombre del Señor Jesús (Hechos 19:5), pero no somos bautizados en un viviente y glorificado Señor en el cielo. Por supuesto que estamos unidos al Señor: ya ahora podemos tener comunión con él; además compartiremos su gloria eternamente en todo lo que él poseerá en virtud de su obra en la cruz. Pero este mundo no le conoce como el Resucitado, el Glorificado. El mundo le vio por última vez cuando murió en la cruz y fue sepultado. Para este, Cristo es aquel hombre que sufrió la despreciable muerte de la cruz y fue enterrado, aquel a quien el mundo llevó a la muerte.

Pues bien, nosotros hemos aceptado a este Crucificado. Dios nos ha dicho que solo en su Nombre, en el Nombre de este Rechazado, se puede hallar la salvación (Hechos 4:11-12). Por medio de él tenemos el perdón de los pecados y hemos recibido la vida eterna. Participaremos eternamente con él de su lugar en la gloria. Ahora también debemos participar de su lugar de rechazo en esta tierra. Esto corresponde al pensamiento de Dios: “Si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:17).

El mundo entero está bajo el maligno

Dios creó a Adán en inocencia y pureza, pero Adán no lo escuchó y le desobedeció, haciéndose pecador. Sus descendientes se unieron para hacerse grandes, para tener poder frente a Dios y anular los efectos de la maldición que pesa sobre esta tierra. Caín edificó la primera ciudad. Sus descendientes fueron inventores e hicieron la vida más cómoda. Por último, en Babel las gentes se unieron para ser poderosas (Génesis 11:4). Así entró en existencia el mundo, la convivencia organizada de los hombres.

Dios prodigaba su atención a este mundo. Por medio de Noé le advirtió del juicio. Después del diluvio dispuso un comienzo nuevo en la tierra purificada. Pero como el conjunto de la humanidad volvió a desviarse y se entregó a la idolatría, Dios tomó aparte a Abraham, habló con él, separó su familia de todos los pueblos, le dio sus leyes y decretos, celebró un pacto con él y le llevó a su tierra, la tierra de Canaán (Génesis 12:5).

Ya conocemos el resultado: los descendientes de Abraham también se desviaron de Dios, aunque Él, por medio de su disciplina, sus jueces, sus reyes y profetas les iba hablando.

Entonces Dios envió a su Hijo. Quería perdonar los pecados del hombre y ofreció al Señor Jesús como reconciliador:

Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados
(2 Corintios 5:19).

Pero el mundo, en vez de aceptar la mano extendida por Dios, rechazó al Señor Jesús. “No queremos que este reine sobre nosotros” (Lucas 19:14). Lo condenaron por ser el Hijo de Dios, le dieron muerte de la manera más vil, crucificándole, y esto bajo su propia responsabilidad.

Junto a la cruz, el mundo entero se alió en contra del Señor. Herodes y Pilato se hicieron amigos. El sumo sacerdote y los escribas, el poderío religioso más grande sobre la tierra, se unieron con el imperio romano, el poder civil y político más alto y poderoso. La inscripción sobre la cruz fue hecha en los tres idiomas mundiales. En su lucha contra Dios, todos fueron guiados por Satanás. Allí, en la cruz, se manifestó plenamente la condición del mundo; no solamente la de aquellos que estaban presentes, sino también la de toda la convivencia organizada de los hombres. Todos los medios a disposición de esta sociedad se emplearon en la lucha contra Dios.

Ahora para el mundo ya no hay gracia. Después de la cruz, Dios ya no tiene más para ofrecer. Para el mundo, solo queda el juicio, el que Dios pronto ejecutará sin clemencia. El Apocalipsis nos describe eso (cap. 6 a 20).

Si Dios todavía no envía el juicio es porque para cada persona individualmente todavía Dios ofrece la gracia. A individuos en particular les ordena que se conviertan, y les exhorta: ¡Reconciliaos conmigo!

La cruz de Cristo

Cuando Jesús fue crucificado, Dios miró con ira a este mundo. ¿Cómo podía ser de otra manera, viendo el desprecio y el ultraje desplegados contra su Hijo? Sin embargo, Dios podía mirar con amor y perfecto agrado al Señor Jesús que murió en la cruz por cada uno de nosotros. Mientras todo el mundo se juntaba contra Jesús en la cruz, Dios no dejó ninguna duda acerca de qué lado estaba, a saber, del lado del Crucificado.

Así es la situación en la tierra desde la crucifixión: por un lado, el mundo que dio muerte a Cristo y que solo le conoce como el crucificado y enterrado; por otro lado, la cruz y los que están unidos a ella.

Individualmente, Dios todavía ofrece su gracia a todo aquel que quiera aceptarla, pero solamente por medio de Jesús. Dios lo ha resucitado y “le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36). Solo por la fe en el Salvador crucificado, y aceptándole como Señor, es posible ser salvo, esto es, ser liberado del juicio. “Nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios” (1 Corintios 1:23-24).

Ahora ustedes han reconocido al Señor Jesús como el único camino por el que un pecador puede acercarse a Dios y recibir el perdón de sus pecados. También le han aceptado como Señor de sus vidas, por lo tanto siempre estarán unidos a él y tendrán parte en todos los resultados gloriosos de la obra hecha en la cruz.

¿Pero, qué significado tiene eso para la vida en la tierra? Significa que ustedes reconocen que el mundo obró injustamente al crucificar al Señor y que han pasado del grupo de este mundo al del Señor Jesús, que pertenecen a la familia de Dios; pero esto ha de reconocerse públicamente. No basta haberlo hecho en el corazón, pues aun exteriormente deben estar separados del mundo. Por eso no era suficiente que Israel se pusiera al abrigo de la sangre del cordero; también tenía que salir de Egipto y solo cuando hubo atravesado el mar Rojo –dice la Palabra de Dios– fue libre. En 1 Corintios 10 vimos que el trayecto a través del mar Rojo sirve como figura del bautismo.

De la misma manera, es necesario que nos coloquemos públicamente, por medio del bautismo, del lado del Señor Jesús, quien fue rechazado y crucificado por el mundo. Esa es la verdadera confesión de fe, porque así proclamamos públicamente que reconocemos al Cristo crucificado como Señor y que nos colocamos de Su lado, en contra del mundo.

¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?
(Romanos 6:3).

Al bautizarnos, Dios, en su gobierno, nos ve como salidos de este mundo sobre el cual pesa el juicio, y colocados bajo la autoridad del Señor que es el Salvador que ha muerto y que llevó el juicio en nuestro lugar. Allí ya no hay juicio, sino la liberación del poder del pecado, del mundo, de Satanás y de la ley. Por eso Ananías dice a Saulo: “Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre” (Hechos 22:16). ¿No habían sido ya lavados los pecados de Saulo? Ananías lo llama “hermano” (v. 14). Ante Dios, en lo referente a su salvación eterna, por supuesto que sí. Si hubiera muerto antes de ser bautizado, habría entrado en el cielo. Pero, con respecto a la tierra, sus pecados aún no habían sido lavados públicamente. Visto desde el exterior, Saulo todavía pertenecía al mundo, mundo que tendrá que comparecer en el juicio.

El bautismo cristiano, del cual el agua del diluvio es figura, ahora nos salva. La Biblia nos lo dice en 1 Pedro 3:21-22. Así como Noé atravesó las aguas del juicio para pasar del lugar del juicio al de la complacencia divina, la tierra purificada (Génesis 8:21), de la misma manera nosotros, por el agua del bautismo que habla del juicio de Dios sobre el pecado ejecutado en la cruz, pasamos hasta donde se encuentra el Cristo muerto, en quien descansan los ojos de Dios con complacencia. Por eso Pedro también dice en Hechos 2:40: “Sed salvos de esta perversa generación. Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados”.

Ahora les vuelvo a preguntar: ¿Ustedes se han bautizado?

Si ese no es el caso, en la tierra todavía no son cristianos, pues aún no han sido introducidos públicamente en la profesión cristiana que reconoce la Palabra de Dios. Y si en verdad han conocido al Señor Jesús como Aquel por cuya muerte han recibido el perdón de los pecados y la vida eterna, como Aquel con quien estarán eternamente unidos en la gloria, también deberían estar unidos a él públicamente aquí en la tierra, a pesar de que el mundo odia y desprecia tal posición.

Naturalmente que no he tratado todos los aspectos del bautismo. Me he limitado a este primer significado, pero no cabe duda de que es el más importante.

Afectuoso saludo.