La Iglesia del Dios viviente n°2

Seis principios básicos

La autoridad divina

En las páginas anteriores hemos tratado brevemente algo de este tema. No obstante, quizás sea necesario hablar más particularmente sobre la autoridad en la Asamblea. Hemos hecho notar que el Señor mismo, exaltado en el cielo como Cabeza sobre todas las cosas, está presente aún en medio de una congregación formada por dos o tres (o más) reunidos en su nombre. Él es, entonces, el único conductor y la única autoridad legítima en la Iglesia.

Pero no tenemos solamente la presencia del Señor y del Espíritu Santo en la Asamblea como autoridad. Tenemos también su Palabra escrita, las Sagradas Escrituras. Son nuestra guía y autoridad ya que en ellas están manifestados los pensamientos y la voluntad de Dios. Dicho en otras palabras, la autoridad de Dios se expresa para nosotros en su Palabra. Es, pues, nuestra responsabilidad seguir aquella Palabra inspirada y llena de autoridad, y actuar conforme a sus preceptos y mandatos. La Palabra de Dios es la autoridad divina para la Asamblea del Dios viviente. Bajo la dirección del Espíritu Santo, ella es absolutamente suficiente para cualquier acción requerida.

En estos días de credos y reglas eclesiásticas, es necesario dar énfasis a la suficiencia de las Sagradas Escrituras como guía y norma única de autoridad para la Iglesia. Tenemos la Palabra inspirada con instrucciones completas en cuanto a la senda y los deseos de Dios para su pueblo. ¿Qué necesidad hay, pues, de credos y reglas eclesiásticas? ¿Pueden las palabras del hombre expresar la verdad con más claridad que las palabras que vienen de Dios? Seguro que no. Nada menos que la Biblia entera es suficiente para nosotros, y no necesitamos nada que pretenda completarla, subsidiarla o interpretarla. Además, tenemos al Espíritu Santo, autor de aquella Palabra, presente con nosotros. Él es del todo capaz de interpretárnosla y de guiarnos en su aplicación a las dificultades y condiciones actuales.

En Mateo 18:17-20 vemos que el Señor también ha dado autoridad a la asamblea reunida en su nombre para ejercer disciplina, así como para atar y desatar; decisiones que son ratificadas en el cielo.

De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo… porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

Dondequiera que estén, el Señor está en medio y da su propia autoridad a los dos o tres reunidos en su nombre1 . Lo que atan o desatan en la tierra, según el caso, está atado o desatado en el cielo. Estas acciones son reconocidas allí como algo que compromete y que está revestido de autoridad. Esta es la autoridad que el Señor ha dado a su Asamblea, la autoridad para actuar como sus representantes en la tierra. J. N. Darby dijo: «¿Cuál es el poder verdadero, cuál la verdadera fuente de autoridad en la disciplina? La presencia de Jesús. La disciplina no es simplemente el acto de una sociedad independiente que excluye a uno de sus miembros de su seno. Es el acto de creyentes reunidos según la voluntad de Dios, congregados en el nombre de Jesús (o atraídos a Su nombre) y actuando en su nombre y por su autoridad para mantener la santidad que pertenece a aquel nombre. El peso de la acción de una asamblea no es el resultado de la decisión de un individuo ni del juicio individual de sus miembros, sino que resulta del hecho de que el Señor está en medio de ellos cuando se hallan congregados».

  • 1N. del Ed.: La expresión “en mi nombre” significa “atraído a mi nombre” o “atraído hacia mi nombre”. El Señor Jesús promete su presencia allí donde Él es el centro, y los dos o tres (o más) se congregan atraídos a Él o atraídos hacia Él. Reunirse teniendo por centro a líderes religiosos, doctrinas, ritos o sistemas no asegura la presencia del Señor Jesús. Él está en medio de los suyos cuando se reúnen atraídos solo a su nombre, atraídos solo hacia Él. Esto es tan importante que, en esta serie de folletos, cuando se citen las palabras “en mi nombre” o “en su nombre”, a veces usaremos paréntesis para recordar al lector el significado correcto. Ejemplo: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre (atraídos a mi nombre o hacia mi nombre), allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20).

Ninguna autoridad absoluta

Sin embargo, una asamblea no es infalible; por consiguiente, está expuesta a errar en sus decisiones o acciones. Si la asamblea quita sus ojos del Señor, puede ser que actúe impulsada por la carne y no por el Espíritu, y así falle en comprender los pensamientos del Señor, quien está en medio de ella. La asamblea, pues, siempre debe estar sujeta al control de la autoridad de Dios, expresada en las Sagradas Escrituras.

El Señor no ha dado a la asamblea una autoridad incondicional y absoluta, como para que actúe independientemente de Él. Tampoco puede desechar o sobrepasar Su voluntad, claramente expresada en su Palabra. La promesa es, por lo tanto, condicional. Cuando hacemos caso de Él y nos sujetamos por el Espíritu a la Palabra escrita que echa su luz sobre los hechos y las personas, el Señor, presente en medio de la asamblea, manifestará con misericordia su poder; él “encaminará a los humildes en la justicia; enseñará a los humildes su camino!” (Salmo 25:9, V. M.).

Las palabras de W. Kelly sobre el asunto que estamos tratando son oportunas. Citamos a continuación algunas declaraciones de uno de sus libros.

«Estaba reservada a la anti-iglesia la pretensión de tener la autoridad irrevocable y a la vez la inmunidad en cuanto al error se refiere… Al contrario del pontífice romano, el apóstol no pretende que la decisión, aunque sea falsa, es infalible. El efecto inevitable, tarde o temprano, será la destrucción y no la edificación. No es Cristo, sino una apropiación humana indebida, por no decir que se trata de presunción.

»Que sea la apropiación de parte de un individuo o de una asamblea, como también en el caso de una teoría conocida de un jefe, quien dice representar a la iglesia entera, tal pretensión es ficticia y destructora de la gloria del Señor. La promesa es estrictamente condicional, no absoluta. Solo hubo fallos al no cumplir con las condiciones bíblicas. Entonces, con verdadera fidelidad, el Señor no puso su aprobación. Para ser incondicionalmente verdadero, es menester poseer también infalibilidad que ni siquiera pertenece a un apóstol, sino solo a Dios.

»“Encaminará a los humildes por el juicio; enseñará a los humildes su camino”. Esto lo lleva a cabo ahora el Señor en la Iglesia, por su presencia y guía. Quizás sea algo difícil de concebir, en presencia de la diversa voluntad de numerosas personas, quienes con toda evidencia obrarían de maneras diferentes. Pero Él está allí, en medio de los suyos, para manifestar su poder misericordioso, si de veras dependemos de Él, sujetándonos por el Espíritu a la Palabra escrita que echa su luz sobre los hechos y las personas. Así todos, sin presiones ni fraude, obran de un común acuerdo en el temor de Dios, y los que actúen en desacuerdo, sean pocos o muchos, serán manifiestos como actuando según su propia iniciativa y no bajo la voluntad de Dios.

»Suponer que una decisión dada no se puede cambiar, porque es opinión de una mayoría o hasta de una asamblea entera, no solo es una acción fanática sino una abierta lucha contra Dios, si hay hechos que demuestran que la decisión de la asamblea no fue según la verdad ni según la justicia.

»En tal caso, por humillante que sea para una asamblea reconocer que obró demasiado rápidamente y se equivocó al pretender conocer la voluntad del Señor, el único proceder que agrada al Señor es que el error sea confesado y se renuncie a él tan públicamente como fue cometido.

»Las causas principales para que una asamblea se equivoque en sus decisiones son:

1) La influencia de conductores con prejuicios.

2) La debilidad de los que prefieren flotar con la corriente más bien que oponerse a lo que saben que es malo.

»Esta confesión se debe tanto a Dios como a la iglesia y a las personas más particularmente concernidas.

»Salvar las apariencias por respeto a hombres, si se equivocaron y extraviaron a los demás, usar términos resonantes o evocar de manera confusa la cuestión de la verdad y de lo recto con el propósito de esconder un fallo errado es indigno de Cristo o de sus siervos. Esto estaba también lejos de la mente del apóstol cuando, al comienzo de su segunda epístola a los Corintios, declaraba que no quería enseñorearse de su fe (cap. 1:24). Al final de la misma da pruebas de su deseo sincero –aunque Pablo había sido dolorosamente afectado– de evitar, si fuera posible, usar de severidad con los que habían pecado gravemente, conforme a la autoridad que el Señor le había dado para edificación, y no para destrucción (2 Corintios 13:10)».

(Sacado de «Notes on 2 Corinthians», páginas 245-247, de W. Kelly)

Siete cosas divinas en Mateo 18:20

Ya hemos hablado del maravilloso versículo de Mateo 18:20. Mientras está nuevamente ante nosotros en relación con el tema de este capítulo, deseamos señalar algo más de la plenitud de este versículo lleno de promesas. Tomándolo palabra por palabra veamos las siete cosas divinas que ellas señalan:

“Donde”                          Lugar divino

“Dos o tres”                   Número divino

“Congregados”            Poder divino (congregados por el Espíritu Santo)

“Juntos”                          Unidad divina

“En mi nombre”           Nombre y blanco divinos

“Allí estoy yo”                Persona y presencia divinas

“En medio de ellos”    Centro divino

¡Que nuestros corazones sean llenados con la plenitud de esta sencilla pero magnífica promesa del Señor, que sigue siendo suficiente para nosotros!