La elección de la fe

Génesis 35:1

Levántate y sube a Bet-el, y quédate allí. 
(Génesis 35:1)

Vivimos en un tiempo de anarquía, tanto en los pensamientos como en los actos. La gente da rienda suelta a su imaginación y a sus razonamientos (“perversiones”, o “artificios” en Eclesiastés 7:29, Versión Moderna). No busquemos responder con argumentos contrarios, sino procuremos llegar al corazón y a la conciencia de nuestros interlocutores. Cuanto más llenas estén nuestras almas de la gracia de Dios (toda la obra de salvación de Dios para con nosotros), tanto más sentiremos la necesidad de acercarnos a él para ser guardados en el día malo.

El tiempo es corto para aprender prácticamente cuál fue el camino de Cristo. Pero en una época de «tolerancia» e indiferencia, hoy más que nunca es necesario elegir decididamente, y Dios dará su bendición. “María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada” (Lucas 10:42). Rut también escogió bien; un beso de despedida no la satisfizo. Se unió a Noemí en su dolor y recibió una plena recompensa. Caleb siguió un camino de fidelidad a Dios, andando por fe, y cuando llegó el momento oportuno, aprovechó su privilegio para elegir Hebrón, donde estaba el campo de Macpela. La fe obra por amor, y evita el razonamiento. El apóstol Pablo oró: “Que vuestro amor abunde aun más y más en ciencia y en todo conocimiento, para que aprobéis lo mejor” (Filipenses 1:9-10).

En los asuntos ordinarios de esta vida, en cuanto a nuestras circunstancias, el camino de la fe no es elegir, sino aceptar apaciblemente lo que Dios ordena para nosotros. Lot, confiado en sí mismo, eligió para sí toda la llanura del Jordán, hasta llegar a Sodoma. Cuando hubo guerra entre los reyes, afortunadamente Lot fue liberado por la intervención de su tío (Génesis 14:1-16). Sin embargo, esta advertencia no surtió efecto. Lot no abandonó Sodoma. Cuando finalmente la malvada ciudad fue destruida, Lot perdió todo, y la hermosa llanura que había codiciado se convirtió en un horno ardiente. En cambio, Abraham, a través de su humillante experiencia en Egipto, aprendió a no confiar en sí mismo. De esta manera, consciente de su incapacidad para elegir, se alegró de que Dios eligiera por él, y fue bendecido.

En las cosas espirituales sucede lo contrario; Dios espera que elijamos lo más excelente en el camino que él nos abre en su gracia (1 Corintios 12:31, Efesios 5:15-17). Sin embargo, «elegir lo más excelente» no significa buscar algo deslumbrante o fuera del camino, ni hacer cualquier esfuerzo que llame la atención de los demás. Simplemente andemos, de corazón y con gozo, en el camino del Señor, con los ojos puestos en las cosas de arriba, donde Cristo está sentado, y recibamos las bendiciones que él pone ante nosotros. Rut, por ejemplo, estaba decidida: no quería renunciar al camino que Dios había puesto delante de ella. Un fuerte vínculo se había formado naturalmente entre ella y su suegra, Noemí. Rut no se desvió, pues, de este camino y siguió a Noemí. Incluso dijo a su amada suegra con confianza: “Tu Dios (será) mi Dios”. Nada podía ser más sencillo. No había ninguna autoafirmación, ninguna resolución o deseos en cuanto al futuro, solo un propósito firme de aferrarse a lo que ya era suyo por gracia, en un momento en que la muerte de su esposo parecía haber arruinado todas sus perspectivas.

Lo mismo ocurrió con Caleb. Había sido enviado como espía, había obedecido y atravesado la tierra de sur a norte, hasta el Líbano (Números 13), y se aferró a la promesa: “Ciertamente la tierra que holló tu pie será para ti...” (Josué 14:9). Entonces tuvo el derecho de escoger su herencia en lo mejor de la tierra dada al pueblo judío. Después de cuarenta y cinco años de paciencia escogió la ciudad de Hebrón y sus alrededores, donde vivían los hijos de Anac, y donde los espías sintieron con terror su propia pequeñez. Es la única ciudad situada en la tierra de Canaán mencionada en Números 13, y era el hogar de los gigantes. Durante siete años de conflicto, Josué e Israel habían dejado en paz a esos gigantes; sin embargo, Caleb se atrevió a decir: “Quizá el Señor estará conmigo, y los echaré, como el Señor ha dicho” (Josué 14:12). Manifestó una fe sencilla, humilde, sin pretensiones ni jactancia, sino con la confianza firme y el valor de quien anda con Dios. Y “el campo de la ciudad y sus aldeas dieron a Caleb” en “herencia perpetua” (Josué 21:12). El «primer lote», dado a los hijos de Aarón el sacerdote, era la ciudad misma (v. 10-11). Tal es la elección de la fe, que obra por amor (Gálatas 5:6); y el amor debe tener su objeto, conocido y disfrutado por el alma.

Eliseo es otro ejemplo conmovedor de la sencillez de la elección de la fe, que muestra cómo el alma se mantiene en el camino de la bendición de Dios. “Vive el Señor, y vive tu alma, que no te dejaré” (2 Reyes 2:2), fue la sencilla respuesta a la prueba repetida tres veces. Y terminó con la expresión de comunión: “Fueron, pues, ambos” (v. 6), seguida por la emocionante visión del profeta Elías subiendo al cielo sin morir, y la recepción de la doble porción del Espíritu al recoger el precioso manto de Elías, que se le cayó.

“Acercaos a Dios”, dice Santiago, “y él se acercará a vosotros” (cap. 4:8). Que esta sea cada vez más nuestra porción, a medida que el mundo se deja llevar por su vanagloria. Que encontremos nuestro gozo en servir a Cristo con sencillez, contentos con su aprobación, hasta que él venga, con el corazón y los ojos puestos en lo que no se ve y es eterno.

El sufrimiento por Cristo tendrá su recompensa cuando él venga. Si el mundo está contra nosotros, recordemos que también estuvo contra él y lo odió. En el camino de la fe tendremos la oportunidad de decidirnos por él, después de haber pasado por la necesaria disciplina del alma. Caleb no perdió nada por esperar cuarenta y cinco años. Moisés tuvo que esperar cuarenta años después de su elección, antes de ser enviado por Dios para ayudar a sus hermanos (Hebreos 11:24-26). Que cada uno de nosotros comprenda más lo que significa guardar la palabra de la paciencia de Cristo (2 Tesalonicenses 3:5).

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