Entregarse al Señor

2 Reyes 23:25

Cuando Juda, el pueblo de Dios, se encontraba en un estado de debilidad y decadencia, las almas piadosas ocupaban una posición totalmente distinta. El rey Josías es un ejemplo muy notable de ello. Las Escrituras lo distinguen de dos maneras:

No hubo otro rey antes de él, que se convirtiese al Señor de todo su corazón, de toda su alma y de todas sus fuerzas, conforme a toda la ley de Moisés; ni después de él nació otro igual
(2 Reyes 23:25).

Nunca fue celebrada una pascua como esta en Israel desde los días de Samuel el profeta; ni ningún rey de Israel celebró pascua tal como la que celebró el rey Josías… 
(2 Crónicas 35:18).

Josías era muy joven cuando empezó a buscar a Dios, a purificar el templo y a restaurar el verdadero culto a Dios. Y usted, querido lector, ¿no desea aprovechar la oportunidad que Dios le ofrece de vivir para él? No espere hasta tener más edad o mayor experiencia. La experiencia siempre acompaña al uso que se hace de una cosa; pero debe haber un comienzo, y la experiencia se adquiere, si se persevera. ¿Sabe cómo se puede vivir para Dios? Josías “hizo lo recto ante los ojos del Señor… sin apartarse a derecha ni a izquierda”. El joven Timoteo fue exhortado a presentarse “a Dios aprobado”.

Tal vez usted diga: «Quisiera que fuese así conmigo». Pues bien, permítame dirigirle unas palabras de ánimo: ¿Ha ido al Señor Jesús, sabe que él murió y resucitó por usted? ¿Lo recibió y ahora le pertenece? ¿Se entregó a él, no como pecador, sino como creyente? De los creyentes de Macedonia se da este testimonio: “A sí mismos se dieron primeramente al Señor”. Hay muchos creyentes que conocen a Jesús como Salvador, sin haberse entregado nunca a él.

Amado lector, no tema entregarle su corazón; el Señor lo ama y es su Amigo, y también su Maestro. Él lo invita a tomar su yugo y a aprender de él. En otras palabras, le dice: ¡Quédate cerca de mí, yo te enseñaré! Su yugo también es fácil y su carga ligera. La carga que pone sobre nuestros hombros es ligera, porque él nos da la fuerza para llevarla con él. Si sufrimos por ser creyentes, ¿será penoso renunciar a nosotros mismos? Por supuesto que no. Los que han experimentado esto saben perfectamente que el gozo que se recibe eclipsa la prueba. Si somos llamados a hacer algunos sacrificios por el Señor, ¡él llenará de gozo nuestros corazones! Él nos recompensará cien veces más (Marcos 10:29-30).

¡Entréguese completamente al Señor! Pídale que haga desaparecer toda reserva entre usted y él. Que su corazón no sea dividido: “Está dividido su corazón. Ahora serán hallados culpables” (Oseas 10:2). Si pone toda su confianza en él, no será confundido. Persuádase de que él lo ama con un amor invariable.

No ambicione cosas grandes; si se entrega a él, se sentirá feliz cumpliendo lo que él ponga en sus manos. Que el Señor sea su objeto, y no su servicio; aprenda de él. Lea las Escrituras, porque estas nos hablan de él; lea especialmente los evangelios, estos nos muestran cómo hizo Jesús las cosas. Ore a Dios, él es su Padre y lo ama. Todo lo que necesitamos nos viene de lo alto. Hable constantemente al Señor, él es su amigo y desea que usted sea el suyo, que halle agradable y apacible el camino donde lo ha puesto.

Los hombres de Dios son muy necesarios. Nunca hubo en medio de los creyentes tal escasez de siervos consagrados para visitar y animar a sus hermanos. Tal vez su servicio sea débil, pero su Maestro es bondadoso y desea bendecir su trabajo. Debemos comunicarle todo cuanto nos preocupa, prosiguiendo nuestro camino humilde y fielmente. Jesús viene pronto, y al corazón fiel dirá: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor” (Mateo 25:23).

“Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios” (Lucas 9:62).

Vida Cristiana

Saber decir no

Resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. 
(Santiago 4:7-8)

En nuestro idioma hay numerosas palabras muy cortas pero llenas de sentido. Una de ellas es “NO”. A menudo necesitamos mucha firmeza, humildad y renunciamiento para poder pronunciarla.

Aquí no nos referimos al “no” que rechaza a Dios y sus mandamientos, sino al “no” decidido que rechaza todo lo malo. No siempre es fácil pronunciar el “no” decisivo en el momento preciso. Sin embargo, es lo que debemos hacer resueltamente cada vez que nuestra conciencia o la Palabra de Dios nos dé una señal de advertencia.

NO, cuando algo está expresamente prohibido en la Palabra de Dios, aunque los demás se burlen de nosotros.

NO, cuando Satanás nos susurra al oído: ¡Puedes hacerlo, nadie se dará cuenta!

NO al fraude y a la deshonestidad.

NO, cuando los demás traten de arrastrarnos a un lugar o una compañía de donde saldremos «sucios» moralmente.

NO, cuando una publicidad perniciosa aparece en nuestra pantalla.

NO a la calumnia y a la maledicencia.

NO, cuando se nos adula.

NO, cuando el tentador se nos acerca mediante la astucia o la violencia.

Nuestro “no” debe ser firme y pronunciado con humildad, sin pretensiones, sin ira ni arrogancia. Entonces ese “no” inspirará más bien el respeto, y será un testimonio a la verdad.

La Buena Semilla